Una mañana de enero de 1995, la mañana del día 14, el cuerpo de Ray Johnson apareció flotando en las aguas de Long Island. Dos adolescentes habían escuchado, la tarde del día 13, y exactamente a las 7:15 (7+5+1=13) un splash!, luego, así contaron, vieron a un tipo nadando tranquilamente hacia el mar. Era Johnson llevando a término su última, y más lograda, obra de arte.
La vida puede ser una obra de arte. Y el artista también. Andy Warhol será la obra maestra de Andrew Warhola. La Baronesa dandy será la pieza más exquisita de Else Plötz. Joseph Beuys, considerará que ser profesor será su mejor obra, lo demás, nada más que residuos. Yoko Ono hará de su matrimonio una suerte de performance público para todos, vayamos a la cama por la paz. Nuestra existencia ordinaria, opinaban todos ellos, puede ser una fascinante experiencia si uno se las compone claro.
Ray Jonhson que creía, como su admirado LeWitt, que el arte conceptual no tiene porque tener lógica alguna, en cierta ocasión dirá a un amigo: “Me gusta decir que yo soy el océano, y como la marea hago puré todo”, y así vivió, como una marea, y así acabo con su vida también. Su muerte el 13 de enero, con 67 años (6+7=13), será su “obra de arte”, la verdadera, la más coherente, la más conocida de todas, la que hizo que su vida saliese de el cautiverio que, de alguna manera, se autoimpuso. Decidió vivir, como tantos otros, en los márgenes, elaborando pequeños collages y concentrándose en el dominio del mail art, arte este cuya paternidad se le suele conceder.
El collage fue su medio básico, para ello empleaba cartones, artículos del periódico, y pegamento de barra de ese de la escuela. Todo anagrama, todo juego de palabras, o palíndromo, que encontraba, toda rima, o desliz del hablar, o chiste visuales o verbal era rápidamente incorporado a sus collages. Su alma gemela ancestral será para él Gertrude Stein y sus amigos reales Warhol y Joseph Cornell. A lo largo de los años irá reciclando, rehaciendo, cortando y, a veces, destrozando gran parte de su producción de collages. Así los mantenía vivos, en una constante posibilidad de cambio y de flujo, como su vida. Ocurecía tanto su sentido, por las infinitas capas de decir y dejar de decir, que al final adquirían un sentido cada vez más hermético y más oscuro. Una vez más como su propia vida.
Cuando murió se realizó una investigación. Nadie parecía conocer a Johnson, todos daban retratos parciales de una personalidad que parecía poliédrica, como un puzzle con patas y sin resolver. Incluso quien fuera su amante durante muchos años, el escultor Richard Lippold, dijo: “Ahora que pienso en él tras su muerte, no creo que jamás haya sabido quien era realmente. Es muy duro para mi decir esto. Pero, ¿quién era este hombre? Mantuvo demasiado de sí mismo para sí mismo”.
Un temperamento durito combinado con un voraz apetito por la información, por los cotilleos y los trajines, las coincidencias sorprendentes, los karmas, los encuentros casuales de una renovada belleza, todo lo que tras ser perseguido será clausurado en cada uno de sus collages. Todo lo que hacía, dibujitos también, era enviado por correo postal, normalmente se customizaban para el destinatario de modo individualizado y se concebían para generar cadenas de intervención. Iban con pequeñas instrucciones para seguir la acción. Envió miles y miles de cartas, también enviaba invitaciones a exposiciones que no tenían lugar en galerías que tampoco existían, a esto le llamaba Woodpecker o Willenpecker.
En torno a las 3:55 de ese día 13 de enero de 1995, Johnson telefoneó a William Wilson, a quien había enviado un total de 13 cartas con anterioridad. Le comunicó, con su gravedad habitual, que se disponía a llevar a término un “Evento de Mail”, no dijo claro que la cadena habría de ser, esta vez, póstuma. Johnson estaba obsesionado, y hablaba habitualmente, de la muerte de Hart Crane, quien con 33 años se lanzó del barco que le llevaba de la Havana a Florida. También repetía la historia de Tenesse Williams, quien quería que su cuerpo fuese lanzado al mar, como un pirata, precisamente en el mismo lugar donde Crane se lanzó al océano. Una vez le dijo a Coco Gordon que pensaba que un cuerpo muerto flotando en el agua era de las cossa más bellas que podría imaginar. Su muerte entonces será su obra más clásica, si así lo miramos.
Se alojará, ese mismo día, en la habitación 247 del Baron´s Cove Inn de Sag Harbor Cove, (2+4+7=13). Para registrarse empleará el nombre de la escuela que el mismo fundó, “New York Correspondance School”, su personal título para su personal empresa artística. Un poquito antes de la siete condujo hasta un 7-eleven próximo. Aparcó su viejo Volkswagen en el parking y saltó hasta el puente, hasta la carrretera que hacía de puente de Sag Harbor. Las jovencitas dijeron que eran las 7:15 exactamente cuando sonó el splash!, el agua estaba a unos 4 grados de temperatura, poco tiempo le quedaba para llegar a parte alguna antes de entrar en hipotermia. Lo encontraron, a la mañana siguiente, muy ceremonial con los brazos cruzados sobre su pecho. Además le encontraron en un bolsillo 1.600 dólares, curiosa cosa para un artista que vivió siempre en un “decidida pobreza” y que decía mantenerse a base de arroz.
Johnson estaba obsesionado con el dinero, y a un tiempo, lo evitaba a toda costa. Hizo un montón de siluetas fantasmales de un montón de gente. Entre esta gente estaba Mort Janklow, un famoso y acaudalado, agente literario. Johnson le pedirá hacer su retrato y con el mismo realizará 26 collages. Negociaron el precio, una negociación que se prolongaría durante varios años, cosa que le servirá a Ray para su obra, todo le valía, hasta la comicidad, y cierta cutrería, de negociar el precio de obras de arte. Primero Johnson le pedirá, por toda la serie 42.000 $, luego la mitad, luego ofrecerá 18 collages y otra obra, la que el quisiese, por 13.000 $, o las 26 por 18.232 $, con un extra, un retrato Paloma Picasso y del rey de Dinamarca, añadidas a algunos de los collages con la silueta de Janklow. Al final la negociación murió en nada, o en su transformación en parte de su obra de collage al re-contar las batallitas en modelo gráfico.
Otra vez decidirá tirar desde un helicóptero alquilado 60 perritos calientes de un pie de longitud sobre la Isla Riker, la factura se la enviará muy amablemente a Richard Feigen. Dijo, sin más, que andaba haciendo siluetas de los pies de muchas personas, y ello le llevaba, no podía evitarlo, a pensar en perritos calientes de un pie de longitud. Así que hubo de realizar su pieza, Dadá donde las haya. Durante décadas divagará y evitará hablar directamente de una exposición en la Feigen Gallery, hasta tal vez el día de su suicidio. El no haría “nada”, le dirá a Frances Beatty, el director de la galería. “Nada”, esto es, haría cierta “artistizada nadería”, o una nada absoluta, o abriría una sala sin “nada de nada” dentro de la misma, o se limitaría a estar el mismo allí haciendo “nada en absoluto”. En fin, la cuestión esque no pareció seducir a nadie una idea tan provocadora y tan avanzada, y la Feigen no le permitirá emplera su espacio para semejante compleja indagación cargada de sustancia en su misma “nada”.
Solo una vez vendió un collage. Meter Schuyff, un artista amigo se la compró. Al discutir el precio el artista amigo ofreció tan solo tres cuartas partes del dinero que Johnson pedía. Así pues cuando fue a enviarle su obra a su amigo le corto precisamente un cuarto, eso es justicia artística. Schuyff se hubo de conformar con los tres cuartos por los que había pagado. Otra oferta de un conocido publicista acabó como tantas otras. Johnson podía haber recibido 100 $ por cada collage en una serie de 10. Ray se indignó por lo que le parecía un precio poco justo, aunque de hecho era muy justo, y se enfadó y se fue, con toda su producción bajo el brazo. Y así se tiró al río, con toda su producción repartida por el mundo de modo gratuito, aunque, todo hay que deciro, resultó que su pobreza era eso, decidida, tenía en el banco la suculenta cifra de 400.000 $, de los de entonces. Pero obviamente, de haberse sabido esto, su imagen de outsider, que cultivo con sumo esmero, se hubiera visto malamente deteriorada.
Cansado de ser famoso precisamente por ser el más desconocido de su generación (había asistido al Black Mountain Collage), decidió hacer un mail masivo con su retrato a Clive Philpot, el bibliotecario del MOMA que andaba organizando una exposición de retratos en la que “su” retrato no quedaba incluido. Como todo lo que llega a los archivos del MOMA es, debe ser, conservado, pues Ray Johnson, asistió, a su modo, a tal evento, y aparece en los archivos de la solemne institución sacro santo del arte contemporáneo. Se adelantará a Cirugeda en esto de encontrar lagunas jurídicas.
No solo hay que vivir con buen tono, hay que morir cumpliendo un ritual, sino de exquisito gusto, al menos lleno de claves, que como un buen collage, no conduzcan a solución alguna pero, al menos, hagan especular durante un buen tiempo a un buen número de personas y personalidades. La vida de Johnson fue un collage como su obra, lo que viene a confirmar que su vida y, por supuesto, su muerte, son su verdadera obra, quizá la única que realmente merezca la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario