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6.6.10

Del Copyleft y el artista público. Desfetichizando al autor, ese invento moderno (II)



MATANDO AL AUTOR POQUITO A POCO
DE BARTHES A FOUCAULT PASANDO POR DERRIDA


La crisis de la autoría como tal, pese a un largo pasado de sospechas, comienza con la reflexión de Barthes, Derrida y Foucault. Primero Derrida con una crítica a Platón a cuyo pensamiento llamará falogocentrismo, en la metafísica de la presencia. Veía el francés ciertos "Afanes occidentales" aglutinados en semejante término:
- hallar verdades objetivas
- generar polaridades irrefutables: natural/artificial; interior/exterior, oralidad/escritura
- encontrar un origen para todo, un creador, una figura original, visible, un origen identificado con la figura paterna y las jerarquías masculinas.

Roland Barthes escribirá en 1968 “La muerte del autor”, en este breve texto insiste en el cambio de mira a la hora de valorar una obra de arte. Importa el punto de vista de una recepción activa de la pieza y no tanto de la intencionalidad del autor. Una suerte de muerte de la voz del autor en el momento que la “escritura” comienza. El autor como mediador, un tipo del que podemos admirar su destreza en el manejo de un código pero nunca su “genio”. El autor no es más que un "invento moderno", desde la Edad Media y su empirismo inglés, pasando por el racionalismo francés y la fe en la Reforma, el ensalzamiento del prestigio individual o la “persona humana” (la humanidad). La culminación de la ideología capitalista le ha dado una importancia sin parangón a la “persona” del autor…. El autor reinon en su mundo de biografías, entrevistas, grandes titulares, historias de la literatura, labels, …. Diarios, memorias, registro exhaustivo de las más triviales anécdotas hechas por el reinon….

… texto como tejido de citas y referencias a innumerables centros de la cultura…. la obra altera su sentido a través del texto… Jouissance el texto establece relaciones lingüísticas dentro de sí circulando libremente sin estar sujeto a ninguna entidad superior. La noción de Texto se enfrenta a la de Libro y devuelve a la literatura escrita el carácter colectivo de la literatura oral: es decir, la obra que se hace a sí misma en la medida en que se entrecruza con la recepción activa, Eso significaría cerrar el texto, imponerle límites, obstaculizar su propia jouissance. ….. La idea de descifrar un texto para siempre se convierte en una quimera… ponerse a escribir es renunciar a la individualidad e ingresar en lo colectivo.. Los textos (recitados), sujetos a variantes múltiples, estaban expuestos a la declamación (voz, gesto, representación), lo que infundía un nuevo y definitivo significado...
Ramón Salazar


La historia de la cultura se ha centrado de un modo tiránico en la figura del autor, su persona, sus gustos, sus pasiones… su obra, además, se concibe casi como un fallo como hombre, a la Baudelaire, o la plasmación de una locura, a la Van Gogh, o un vicio, a la Tchaicovski…. Se busca la justificación de una obra rastreando al hombre o a la mujer que la produjo, obviando muchas otras cosas… como si fuera la VOZ DE UNA SOLA PERSONA la que queda atrapada en un código que ESA PERSONA tiene a bien desvelarnos… o confiarnos…

El autor ha sido fetichizado y engrandecido, elevado por la crítica… en el terreno del arte más que en ningún otro. Si quitamos al autor, el texto queda completamente transformado, el acto de escribir se hace un acto performativo del aquí y el ahora, la mano con su gesto de pura inscripción. Sabemos ahora que un texto no es una línea de palabras liberadas con un único “sentido teológico” (un mensaje del Autor-Dios), sino un espacio multi dimensional en el que la variedad de las escrituras, ninguna de ellas original, se fusionan o colisionan. El texto se hace un tejido de citas arrancados desde innumerables centros de cultura. Como Bouvard y Pecuchet, esos copistas eternos, a ratos sublimes a ratos cómicos y cuya profunda ridiculez indican precisamente la verdad del texto, el autor solo puede imitar el gesto que siempre es ya anterior, nunca original. Solo conserva el poder de mezclar textos de tal modo que no repose solo en uno de ellos. … Sin duda la expresión de si mismo no será más que un diccionario que debe ser traducido, ciertas palabras que salen bajo otras palabras que ya estaban y así ad infinitud.

Una vez que el autor ha muerto la pasión por descifrar un texto se hace fútil, no hay un sentido último,
ni hay secretos, no hay dios, ni hay ley, ni teología, ni verdad absoluta, ni razón, ni ciencia, ni
ley.

Como cuenta Vernant, en la tragedia Griega se suceden sentencias con dobles sentidos, cada carácter solo conoce un sentido, así se trama una suerte de lúcida incomprensión que es, precisamente “lo trágico”. Hay, sin embargo, alguien que si comprende las dobles significaciones y quien, además, ve la misma sordera del que habla en sus narices, ese tipo es “el lector”, o, en este caso, el “que escucha”. Aquí se revela la verdadera naturaleza de la escritura, un texto esta hecho de multitud de escritos traídos de diversas culturas y que entran en una mutua relación de diálogo, de parodia, de contestación, pero que solo encuentran un lugar en el que tal expansión llega a su lugar, el lector, y no, el autor. El lector se hace el lugar en el que todas las citas que han construido un escrito se inscriben sin que ninguna de ellas se pierda; La unidad de un texto no resta en el origen sino en su destinación…. Y el lector ya no puede ser personal, el lector ya no tiene historia. El nacimiento del lector sólo puede venir a costa de la muerte del autor.

Foucault escribirá en ¿qué es un autor? que el autor debe ser despojado de su rol de artífice para ser analizado como una función compleja, como una entidad discursiva que se sitúa en el borde mismo de los textos. Foucault parte de 2 argumentos:
1. Hay miles de textos sin la función autor, no considerados “obras” (ojo, Tristan Tzara en 1921 se dedicó declamar una sentencia junto a una factura del gas…)
2. La función-autor está sujeta al devenir del tiempo, desde el anonimato medieval a la exaltación de la propiedad y el nombre propio actuales, unido la capitalismo y a la burguesía, que anhela la noción de “propiedad” desde el Renacimiento.

Foucault sitúa a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX el gran cambio acaecido en la apropiación del autor con respecto a su obra, coincidiendo con cierta problemática judicial: LOS TEXTOS COMENZARON A TENER AUTORES CUANDO FUERON SUSCEPTIBLES DE SER CASTIGADOS; no constituían bienes, sino ACCIONES por las que el autor era responsable ante la ley. Sólo a partir de entonces la "OBRA" comienza a ser considerada como una MERCANCÍA y se regulan los DERECHOS DE AUTOR. Ha habido oscilaciones entre distintos tipos de discursos. El momento de inflexión lo marcan los siglos XVII y XVIII. Antes, los textos literarios eran valorados sin importar demasiado el nombre del autor; en cambio, en los textos científicos, el valor de verdad dependía directamente de que fueran firmados. En los últimos siglos los textos científicos se han ido desprendiendo de la garantía de autor, mientras que en los literarios el prestigio de la autoría ha ido creciendo progresivamente. La función-autor se convierte en un signo pragmático clave a la hora de realizar una tipología de los discursos en función de las relaciones que establecen con su autor.


El tema que propuse: "¿Qué es un autor?", evidentemente tengo que justificarlo un poco frente a
ustedes. …. porque jamás busqué hacer un cuadro genealógico de individuales espirituales, no quise constituir un daguerrotipo intelectual del sabio o del naturalista de los siglos xvn y xvm; no quise formar ninguna familia, ni santa ni perversa, simplemente busqué —lo cual era mucho más modesto— las condiciones de funcionamiento de prácticas discursivas específicas.
(…)
Sin embargo, otra cuestión se plantea: la del autor, y es sobre ésta que quisiera hablarles ahora. Dicha noción de autor constituye el momento fuerte de individuación en la historia de las ideas, de los conocimientos, de las literaturas, también en la historia de la filosofía, y en la delas ciencias. Incluso hoy, cuando se hace la historia de un concepto, o de un género literario, o de un tipo de filosofía, creo que en ella no se consideran menos tales unidades como ascensiones relativamente débiles, secundarias' y sobrepuestas en relación con la unidad primera, sólida y fundamental, que es la del autor y de la obra.
(…)
la única relación del texto con el autor, la manera como el texto apunta hacia esa figura que le es exterior y anterior, al menos aparentemente.

La otra cuestión que indaga Foucault es ¿qué es la obra?, no es, se pregunta, aquello que escribió un autor. Pero, de entre todas las huellas que deja un individuo tras su muerte, cómo diferenciar la obra de lo que no lo es. La obra será, como la noción de autor, altamente problemática. Espectadores, obras y autores no son más que emanaciones de un modo de hacer común.

9.3.10

La politeness, de "a rebours" a arribistas

Habríamos de definir exactamente a que nos referimos con la “corte”, ese lugar que establecerá el comportamiento de los nobles, que no aristócratas, sus códigos de politeness y de conversación, de urbanidad. Al revés, buscaremos en cada salón un lugar que pretende localizar y reconocer un sentido común, un principio de reciprocidad e igualitarismo que busca generar un lugar de diálogo y consenso. Hemos de diferenciar el arribismo de unos tantos, que yo llamaría snobs, quienes pulen su imagen con no más que una capa superficial de cortesía para ejercitar el papel que Luís XIV les impondrá en su jerarquía rigidizante. Esta cortesía impostada y nunca interiorizada, no supondrá, está claro, resistencia alguna al poder, sino todo lo contrario. Nos interesa especialmente esta serie de reglas, que podían ser publicitadas, y que dan a la vida cotidiana un tinte de “distinción”, distinción frente al poder hegemónico, nos interesa localizar la verdadera politeness a contracorriente, esto es, a rebours.

Así pues, al tiempo que Luís XIV comenzaba a ejercitar su poder, centralizado y lleno de parafernalia, comienza a fraguarse igualmente toda esta nueva sociabilidad de doble entrada, para ese poder, orquestado realmente por Richelieu, que podríamos llamar “proto-burgués” y ese otro, origen de la esfera pública, que se desarrollará en los salones. Luís XIV comienza a vender títulos nobiliarios, estatus social al fin y al cabo, a buen precio y como inversión a largo plazo. Según Perry Anderson esto desviará unas ingentes cantidades de dinero desde los negocios, ocupación obvia de la nueva burguesía (aunque aun embrionaria) hacia el comercio con títulos, tierras, funciones ministeriales y subida de escalafón social. Se desactiva a la nobleza desde principios de XVII pero será tras la estrepitosa derrota de la Fronda cuando las normas de sociabilidad que distinguirán a un noble de otro, que no lo es, se aguzan de un modo más, digamos, obsesivo. Estas normas se gestarán para diferenciarse como clase y seguir sintiéndose excepcionales en una sociedad que iba siendo absorbida por el mercantilismo y el puro afán de lucro y ascenso social (arribismo). Los nobles, orgullosos de su estatus, y vencidos frente al poder claro de aquellos con muchos medios económicos se irán replegando para convertirse, tal y como afirma Ellery Schalk en From Valor to Pedigree, en aristócratas. El rey necesitaba cantidades ingentes de capital de modo permanente para sostener sus infinitas y locas guerras, lo que le obligará a rodearse de los nuevos burgueses, más o menos barnizados de seudo-nobles, pero con dinero. Estas guerras, tal y como muy bien argumenta Anderson, consiguieron que el rey sol perdiera, no solo la cabeza, sino todo un imperio que era, por definición, imposible de conseguir desde su misma base.
Los nobles, se erigen en otra casta de elegidos demasiado exquisitos como para trabajar, no en ese mismo sentido del trabajo per se, sino en el sentido capitalista del trabajo, esto es, la acción que se realiza sólo y exclusivamente para ser intercambiada por dinero. En los códigos de comportamiento nobiliarios el dinero no es más que una zafiedad de la que no se habla, y lo único importante es precisamente todos aquello que para la corte es intrascendente. La corte establecerá unas reglas basadas también en esta publicidad de la politeness, esto es, todos esos manuales de uso que pretendían “elegantizar” a aquellos que se estudiasen la normativa. Como pasará tiempo después, y seguro que inspirado en este dato, las reglas no son nada, y mucho menos si se aplican puntualmente en momentos digamos de ocio vicario (el dandysmo ejemplificará estas nociones, o las reproducirá). Para un noble la politeness será una forma de vida que empapará todos y cada uno de sus movimientos. Todos los hechos de su vida cotidiana, desde como uno se abrocha un zapato hasta como redacta una carta de amor (un sentimiento este que pese a barnizar, en cierto modo, casi todas las relaciones, se concibe como una impostura imposible y ordinaria, un embrutecimiento de los sentidos muy poco apropiado para un ser distinguido y orgulloso de su distinción)
Peter France sí establece un estudio del origen de la politeness en Politeness and Discontent. Este pretende, en principio, erradicar todos los excesos y extravagancias … afirma que los críticos literarios buscaban volcar en la misma crítica las ideas de la honnêteté, que verán en los excesos al gran enemigo, el honnête homme como un ser que encaja en la sociedad evitando, como la peste, caer en cualquier tipo de vulgaridad ... Y como ulteriormente (vuelvo al dandy) la “vulgaridad” será la enemiga… y la politeness se basará precisamente en ese control de todo lo altisonante o grandilocuente… un modo cerebral de acercarse a todas las realidades de la cotidianeidad, un modo de diferenciarse de cualquiera de los seres que requerirán de un “obvio esfuerzo” para subsistir o incluso para adquirir las cualidades morales de una sociedad que premia eso, el esfuerzo, la perseverancia, y el éxito meramente económico, los barrigas verdes vamos…
Lo que interesa de todo este afán por diferenciarse del poder establecido, en sus orígenes de esta corte francesa proto-burguesa, es la capacidad que tuvo esta idea para fascinar a poetas y hombres de letras quienes, “aristocratizados” por el contacto con estos nobles de última hornada, y aristócratas de primera, adoptan esta idea de sociabilidad para formar parte, por derecho propio y por auto-adjudicación, de esta sociedad de seres superiores a los localizadores de solo y nada más que beneficio económico. Los hombres de letras tras varios siglos de convivencia en los salones con estos modos de sociabilidad y con la práctica permanente del arte, exigido, de la conversación, acabarán permitiendo esta “permeación” a la sociedad al editar en forma de textos todas las ideas que se manejaban, con las que se jugaban y que se desarrollaban en el entorno de los salones. Ideas que siempre habrían de cuestionar cualquier sistema de ideas o preceptos preestablecidos.
Estos salones nacidos en 1610 habrán de sufrir múltiples mutaciones ya que en su condición de laboratorios modales se establecerán con un background de condicionantes sociales que, obviamente, durante los cuatro siglos, y un poco más, que de un modo u otro han ido subsistiendo

(la cuestión pues es dilucidar este "subsistir" y no confundirlo con el arribismo que ha recopilado todas las nociones salonescas y las ha modelado en un conjunto de reglas encorsetadoras que nada tienen que ver con el origen de estos términos elaborados precisamente para ir "contra corriente" no para entran en la corriente de un mainstream)

25.12.09

Watteau y la honnêteté, para empezar

La tendencia de los primeros filósofos modernos como Kant, Christian Wolff, y David Hume para describir la experiencia estética como una forma de comunicación era consistente con el role jugado por el arte en la cultura del siglo XVIII. Las pìnturas rococó servirán como telón de fondo para la vida social de los salones y estudios (drawing-rooms) ... los pintores y los arquitectos de paisajes compartían un vocabulario simbólico con sus patronos. Los objetos y los ambientes que creaban facilitaban los intercambios (las conversaciones, los encuentros sociales), básicos para la vida de una, sin duda elitista, comunidad de espectadores. Y aunque aun preservaran cierta dimensión ceremonial y performativa de ciertas prácticas artísticas tempranas diseñadas para animar y reverenciar (como por ejemplo las pinturas de corte o las litúrgicas), estas nuevas obras le daban forma a tal performance en una interacción pedagógica con un final mucho más abierto.

En su trabajo Watteau´s Pinted Conversations, Mary Vidal pone en cuestión la creencia de que las obras de Watteau no sean serias, que no serán más que el producto frívolo de una aristocracia en decadencia. Sus pinturas de fiestas y otros encuentros representan más bien una cultura del dialogo y la conversación muy desarrollada en la que las mujeres siempre jugaran un muy importante papel. Describirán un espacio inusualmente igualitario donde el poder civilizador de la conversación y un modo informal, e improvisado, de aprender, serían valorados por encima de las brutalizantes expresividades de la riqueza y el dinero. Estos intercambios serán siempre gobernados por una ética discursiva. "No puede haber ninguna tiranía en la conversación", como Madelaine de Scudéry escribirá en Conversations sur divers sujets (1680). "permitamos que todo el mundo tenga su parte y tenga también su derecho a la palabra". Las pinturas no pretenderán otra cosa que catalizar y reflejar estos diálogos igualitarios. Como escribe Vidal, Watteau "diseñaba sus pinturas para provocar respuestas tanto verbales como visuales del espectador en modos que son análogos a los intercambios corteses de los aristócratas conversantes que ellos mismos representan. . . .
Conversation Pieces, Grant H. Kester, 2004

Conversación, como característica central en la estética de Watteau, una conversación que ni es discurso, ni clase magistral ni pedantería. Los gestos de todos los personajes de Watteau pertenecen a la cultura de salón y a la Honnêtetè como un proceso civilizador que comienza con los niños los cuales, siempre, andan metidos en medio de las conversaciones. Pero claro Vidal no se entera mucho porque concibe a Watteau como un continuador de la tradición de Luis XIV, cuando, todos sabemos, la cultura de salón se erigió precisamente a contracorriente de la férrea etiqueta de la corte del rey sol, al que tachamos ya de "el gran burgués". Luis XIV se negaba a aceptar la independencia de una aristocrácia que se le iba de las manos, esta que se ha leído siempre como decadente, pero que a mi me parece de los más inteligente. La misma honnêtetè no será más que una respuesta de esta misma aristocracia a la rigidez del mundo versaillesco, la honnêtetè, como el dandysmo, surgirán de cierta frustración, los primeros socializaran sus miserias y cultivaran sus codigos de puesta en comun, elegantizada, de tales callejones sin salida, y los segundos se aislaran en sus personales torres de excepcionalidad y abogaran por un individualismo exacerbado. De la hônneteté nos queda la comunidad de marginados (muy finos pero marginados) y de los dandys los marginados estrellados, los cuales, como se puede facilmente colegir, o se estrellan, esto es, sucumben arrasados por su misma pataleta, o bien se estrellan, brillando cual celebreties de papel couché y facilonga provocación millonaria. De mis estrellados ya voy dando cuenta cada vez que puedo y de mis fisnos marginados comenzaré a dar cuenta en breves, a ver si llegamos hasta Lacy, hasta The Art of Change, hasta los Harridson, WochenKlausur, Littoral Arts, Carole Conde, Kar Beveridge, Fred Lodinier, Cristen Crujido, Toro-Adeniran-Kane, ... y los que vayan apareciendo.

21.12.09

De la Masa a la Comunidad, creo

Grant H. Kester habla de esa masa de filisteos a la que los críticos se refieren cuando una pieza, en este caso House de Rachel Whiteread, es vilipendiada por los vecinos. Dice así; Los lunáticos, los mente-pequeñas, y los oportunistas de los concejales, burócratas de medio pelo, periodistas, anarquistas, protestadores profesionales de carretera, residentes locales y otros individuos ignorantes, son todos los que, por lo visto, se enfrentan a la obra y no comprenden. Es tremendamente crítico con los críticos de arte, quienes, dice, no se toman el tiempo de intentar desvelar el oscurantismo semántico necesariamente implícito a la obra de arte. Los críticos, como únicos poseedores de la llave del hermetismo conceptual de muchas piezas de arte contemporáneo, habrían de, se supone, tomarse el tiempo necesario para hacer que las pretensiones, siempre algo utópicas, de tales obras de arte, se acerquen, al menos a esa utopía de cambio.

Bueno hasta aquí todo bien y estamos de acuerdo. Lo que pasa es que al avanzar en su discurso pasamos de masa así tal cual, anodina y aborregada, igualada y sin individualidades, siempre bastante zafia y poco apta para comprensión alguna, pasamos digo, al concepto de "comunidad". Este concepto lo saca de Nancy y de su texto en castellano traducido primero como "La Comunidad Inoperante" y después como "La Comunidad Desobrada". Seguimos bien, pero si es verdad que dice Nancy que "cada escritor inaugura una comunidad. Pero este gesto inaugural no funda nada, no conlleva ningún establecimiento, no administra ningún intercambio; ninguna historia de la comunidad se engendra allí. Se inaugura como interrupción. Pero al mismo tiempo la interrupción compromete a no anular su gesto, a recomenzarlo otra vez". Entonces está comunidad es: ¿la de los artistas que lo reintentan una y otra vez sin quererlo lograr nunca del todo?; ¿es la de esos amantes a lo Bataille siempre por llegar a serlo? ;¿es ese modo de inacabar una participación en una grupo que tenga algún sustrato común?; ¿es inoperante porque es imposible por definición?. Que comunidad es en fin l aque sostiene a toda su Estética Dialógica. Y por ende a todo el "Community Art" que me tiene bastane abs¡ducida ultimamente.

En fin, estoy sin duda fascinada con este autor, pese a todo, y con su Estética Dialógica, pero entre la masa, la comunidad inoperante (mejor que desobrada que esto ya me hace a mi también masa atocinada y me evita comprar la edición del 2007), el determinismo dialógico, el desconcierto por su insistencia en la gestación de las piezas y su poco cuidado en la recepción de esas mismas piezas, entre, además, la idea de multitud que quizá no tenga nada que ver pero a mi me parece que si, pues, ando, como la comunidad y como los amantes un poco demasiado inoperante, ¿o estaré desobrada y no me habré dado cuanta?