6.6.10

Tony Manero, de glamour y educación moral

No saben nada del Flower Power, ni de meditación, pansexualidad, o expansión de la mente. No decoran sus casas con cojines de Marruecos, ni fuman porros, no tienen jerga, no recuerdan a Bob Dylan, ni a Ken Kesey ni a Timothy Leary. Haight Ashbury, Woodstock, los Diggers, Altamont, todo eso se les olvido. Parecen más bien encontrar su raíces en una década anterior, en los cincuenta, la era dorada de las Noches de Sábado.

La causa, tal y como la cuenta Nik Cohn en 1976 en el artículo que dará pie a la película Saturday Night Fever, es fácil de argumentar. En los 60 no había recesión, los adolescentes tenían dinero. Podían correr libremente. Luego, tras la crisis del petróleo del 73, habrá una escasez muy semejante a la de los 50. Las nuevas generaciones no asumiran riesgos, van al instituto, son obedientes, se gradúan, buscan un puesto de trabajo, ahorran, hacen planes. Y una vez a la semana, las noches de sábado, buscan su momento de liberación organizada y explotan.

Vicent será el último y más sonado Face[1], una palabra británica revisitada, y apaciguada, en Nueva York. Tenía catorce camisas de flores, cinco trajes, ocho pares de zapatos, tres abrigos y había aparecido como un espectáculo en la escena del Manhattan, el barrio en el que la gente “es alguien”. Varios empresarios le habían ofrecido dinero para que bailase en sus salas del East Side. El ritual se repetía noche tras noche, llegaba el Face mayor y los demás hacían hueco, se concentraba en sus movimientos, y los demás le seguían. Era el rey de la noche. Pero algo le preocupaba…. Su edad, su gloria pasaría pronto pues, con dieciocho años y medio, se iba acercando, peligrosamente, a ese momento de “sentar la cabeza” tan querido y, supuestamente, necesario para evitar el desmadre más absoluto.

Los Faces eran la élite, como lo veía Vincent. En Brooklyn, en Queens, en el Bronx, incluso en New Jersey, por toda América, había millones y millones de niños que no eran nada especial. Sólo adolescentes. Zombies. Maniquís profesionales, que se movían por control remoto, casi como ovejas. El colegio, los trabajos, las rutinas. Una mancha de individuos sin rostro. Y luego estaban los Faces. Los Vincents y los Eugenes y los Joeys. Una ínfima minoría, quizá dos de cada cien, quines sí sabían como vestirse y como moverse, como flotar, como volar. Agudos, con gracia, cierta distinción en cada gesto. Y cierto extraño instinto para la corrección, más allá de las palabras, arraigado de un modo muy profundo en su misma sangre: “Como me siento”, decía Vincent, “es como yo he elegido sentirme”

La retórica de la excepcionalidad en dandy explayada y recuperada con todo detalle y, al tiempo, absorbida por el mercado y masificada. De las manadas sin rostro a los conglomerados de rostro diferenciados, ya no para una minoría sino para todos. La obligatoriedad desde entonces de ser diferente se hace imposición. Hay que distinguirse de entre los demás, que, por otra parte, también comienzan a distinguirse en una carrera sin meta de compras y más compras, de excentricidades aplaudidas e instigadas. El glamour se inventa y acampa a sus anchas, en el lenguaje, el la adjetivación de los productos, en los colores, en los diseños, y, claro, en la discoteque.

En el Odysse eran los reyezuelos por un tiempo feliz, ya no eran dependientes más o menos explotados, ya no eran serviles hijos de una mare depredadora, ya no eran inmigrantes, ya eran, o comenzaban a ser, americanos de pleno derecho ritualizando sus momentos controlados de absoluto descontrol. Podían fingir ser, por un ratito, aquello que jamás serían en realidad. Esplendorosos soberanos de sus propias vidas. El drama lleno de sintético brillo. En el Odysse los códigos cambiaban pero no para siempre. La línea de separación habría de mantenerse bien marcada en la misma puerta. Tiempo vicario, espacio vicario. Jugando al escondite. Y como una droga, que siempre te obliga a regresar al lugar de partida, sábado tras sábado se repetirá el juego. Y en ese previsto y estructurado juego las mujeres habrían de hacer lo que se esperaba que hicieran, decorar pasillos y taquillas, hablar cuando se les pidiese que hablasen, bailar sólo si alguien se lo pedía, apartarse si alguien quería que se apartasen, y sobretodo, no montar numeritos. Las chicas, a decir del pájaro de Nik Cohl, no eran, no podían ser verdaderas Faces, ellas, simplemente, habrían de estar disponibles, rellenar y callar.

Si, como el mismo Colh argumenta, esta generación es heredera de aquella de los 50, las mujeres habría de asumir ese role decorativo, casi de escenografía organizada y prevista. Por otra parte, el discurso Faces es ciertamente andrógino. Unos hombres se construyen una imagen a proyectar, cuidada, de zapatos de plataforma en colores brillantes, camisas de flores, pañuelos, trajes impecables. Todo una paradoja con patas, para parecer muy modernos y ser retrógrados hasta el extremo, o como colarla sin que se note. Para rematar el shock los hiper julandrónamente macho-men gritoncillo “Bee Gees” van y escriben, para arrancar la película, un mítico párrafo de una no menos mítica tonadilla “Staying Alive”:

You can tell by the way I use my walk,

I'm a woman's man, no time to talk.

Pero curiosamente el hilo narrativo aboga por una construcción de la masculinidad casi como un artefacto objetivizado, deseado, hecho reclamo sexual…. Una masculinidad muy femenina sin duda…. ¿Las paradojas del sistema o la dialéctica del giro cultural?; ¿Cómo integrar ciertas licencias a la masculinidad a un futuro mercado en el que se prima la diferencia?; ¿Reinventar una masculinidad ligona con exhibicionismos no permitidos hasta el momento?; ¿Integración de la cultura gay?; o, ¿el arte de ser permisivamente moderno sólo en apariencia y sólo por un tiempo? ¿o como hacer creer al personal que es super moderno y super libre y su vida es super fantástica?

Por suerte o por desgracia yo nací cuando todo el aparataje mass mediático se esmerará en crear esta suerte de héroes de cartón pluma dispuestos a armarla mientras armarla no sea un riesgo para la sociedad. Y al tiempo, satisfechos de su comedida pequeña rebelión, vuelven al redil y cuentan sus hazañas al modelo cebolleta. Ese tiempo, de esos tipos, coincide, exactamente, con el cambio en la misma conceptualización del sujeto burgués. Antes, en una primera afección, el burgués era un tipo oscuro, serio, constante, ahorrador, luego, hubo de cambiar y se hizo un poquito Vincent, vividor, cuando le dejan, gastador, todo el tiempo, móvil, supuestamente divertido, y cambiante, u programadamente obsoleto en su pinta.

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Nuestro background, la discoteque, surge en los 70, a finales. Quizá el hito discotequero por antonomasia será “Fiebre del sábado noche", o la versión Travolta del artículo de Nik. Tony Manero comienza siendo un Face, un guaperas dandyficado a contracorriente. Los Faces fueron un producto de finales de los 60 inglés, quien no recuerda los “Smal Faces”, el grupo mod por antonomasia, que eran bajitos, por eso small, pero eran Faces. Contra la vulgaridad de la vida de la clase media, contra la vida de la working class, de la que realmente venían, se erigirán en árbitros de un gusto perverso, unos renovados aristócratas de intemperie, contra todo y contra todos. Pero el mainstream que está más que avezado en capturar tendencias no tardó en trasplantar, esto de los Faces, a los barrios marginales de Nueva York, y en particular a un nuevo espacio de sociabilidad, la discoteca.

Las discotecas y lo que en ellas pasaba no serán más que una estrategia sofisticada de regulación del tiempo de reproducción en plena crisis del fordismo. La rigidez del sistema de producción fordista llego a sus límites en la segunda ola de acumulación de capital del capitalismo, valga la redundancia. La cuestión es que las cadenas de producción no podían variar el producto hasta pasados los 8 años requeridos para amortizar los costes fijos, y como esto de consumir poco andaba desbordando y desequilibrando el sistema en su conjunto había de inventar algo rápido para cambiar hábitos y cambiar sistemas de producción. Y este invento fue la flexibilización, que comenzará precisamente a finales de los 70 precisamente cuando un marginal italo americano es aceptado en el cuerpo americano, precisamente cuando Vincent va a cumplir 20 años y va a sentar la cabeza…obviamente, el mainstream necesitó Vincents, tipos glamourosos y ávidos de consumir este glamour… los nuevos productos que invadirán el mercado serán de colorines, tendrán sofisticados diseños y, lo que es más importante, una obsolescencia programada….

La paradoja del rebelde Vincent es que se rebela preservando las estrictas categorías de género, haciendo ostentación de una diferencia querida por el mercado, eclipsando a una actriz más allá de mediocre, superando a latinos y negros en su puesta en escena… en fin, aleccionando con su saber hasta donde puede llegar su revuelta a aquellos que quisieran dejarse aleccionar, esto es, a todo el mundo… por que "Fiebre de Sábado Noche" y Staying Alive será uno de los taquillazas más sonados de la industria cinematográfica y musical (al poco desbancados por Thriller de Michael Jackson, todo hay que decirlo)

El glamour y la educación moral de los jóvenes aunados en una inteligente maniobra de concienciar sin que se note mucho. Los espacios de esparcimiento habrán de ser regulados, los sábados, eso era lo único que les quedaba a los trabajadores inmigrantes de Bay Ridge. “Los ritos tribales del nuevo sábado por la noche”, del 76 será el artículo de afamado Nik Cohn, quien no dudará en afirmar, un tiempo después que de etnógrafo tenía más bien poco y que no será, el artículo en cuestión, nada más que una ficción más o menos documentada. Tampoco tendrá en cuenta el buen hombre su deuda para con los verdaderos orígenes del disco, esto es, las culturas nocturnas gays prohibidas en Nueva York en esa misma década, tampoco recordaría las fiestas del apartamento de David Mancuso. Cohn se fascinará con la identidad cultural y con la imagen simbólica pero insistirá en la no fusión de los distintos grupos, los italianos eran italianos, los latinos eran bolas de grasa, los judíos eran diferentes y los negros habían nacido para perder. Cada grupo tenía su propio ideal, su propio estilo de face. Pero nunca se tocaban. Si un miembro del grupo transgredía las normas, se aventuraba más allá de los límites de su territorio, le sacudían. Ésa era la ley. No había otra alternativa.

Los Faces no se limitarán a ser sumos sacerdotes en ese su acotado espacio discotequero, también serán una suerte de policía militar. Los Faces al cabo no harán más que reproducir cierto sistema jerárquico que los oprime desde el exterior… y lo peor es que lo que había sido algo exclusivo y elitista será entre el 77 y el 78 locura nacional, y como no, internacional…. Toda una industria, la del entretenimiento, estandarte del nuevo obligatorio glamour…..

Todas las discos tendrán nombres glamourosos, aspectos glamourosos, de diverso pelaje, galácticos, u impostadamente horteras, con colores fosforitos. A la discoteca hay que ir pintón, y para ir pintón hay que comprar mucha ropa. A la discoteca se va a cazar, como en la selva, y los códigos heteronormativos de caza rigen todo acto, ellas están espectaculares y ellos actúan su hombría aunque lleven pantalones a la Bee Gees, esto es, alta y prieta cintura y campanola, plataformas y gafas inmensas… aunque pintón uno es, y no debe caber la menor duda, un macho. Curiosa paradojas, se copian los estilos underground de la cultura gay, se le deslastra de homoerotismo y se exalta la caza furtiva como único medio de justificar lo poco glamouroso que al cabo resulta tanto glamour de pueblo.

Total que se nos aplica a machete un modelo desactivado de implicación política alguna, como siempre hará el mainstream. Tony Manero, estandarte del nuevo consumidor machito pero colorido es todo lo peor a propósito: arrogante, narcisista, egoísta racista, homofóbico y misógino… un encanto de criatura que seducirá a todas las mujeres que por la disco pululan, mujeres que, si nos esforzamos en recordar, parece que ni están en la pista…. Pero Vincent, y Tony, que son el mismo, en su paso a la edad adulta sientan la cabeza y miran sus desvaríos de juventud con cariño…

El problema es que esté modelo ha triunfado como lo hizo la coca-cola. Por que claro, si uno seguía rebelándose y no sentaba la cabeza había que matarlo (con un contundente suicidio o algún escabroso accidente)… así que se diseño una sociabilidad de seres despreciables a quienes había que hacer cambiar en un momento dado. Terrible destino este del burgués y sus adolescentes gritones, terribles modelos heterosexistas e infumables. Tony se adaptará al sistema de valores burgués amparado en el mérito y recreará un rancio romance burgués en una pista de baile llena de cuadraditos mutantes, y el baile final, que es un turrón, no será más que la consolidación de un amor romántico y un noviazgo que acabará en boda. Como debe de ser.



[1] Los Faces fueron una banda mod posterior a los míticos Small Faces, esto es, los faces bajitos. Face en el slang de la cultura mod sería una suerte de “guapito de cara2 en un sentido muy dandyficado. Los mods siguen ciertas principios básicos en cuanto a su atuendo y a su puesta en escena, su modo relacionarse, hablar y mostrarse. Todos cuidan de modo extremado su apariencia externa y codifican su atuendo hasta lo inverosímil. Nada en un Face puede ser dejado al azar y, en una vena de estética de la negatividda, se construyen a contracorriente de cómo lo hace su clase social, la working class británica. El cuidado en el atildamiento y ese aire de inactividad atiesada son dos de las claves básicas de su sociabilidad.



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