Williem Seward Burroughs no hablaba demasiado, a decir de su editor no hablaba en absoluto, tenía unos rasgos atemporales, como de máscara, una actitud de frialdad total, y cierta pasión por la contradicción como forma de vida, al más puro estilo dadá. Una vez, en una cena dijo: "No me gusta hablar y no me gustan los habladores. Como Ma Barker. ¿Recuerdan a Ma Barker? Bien, esto es lo que ella decía siempre, `A Ma Barker no le gusta hablar y no le gustan los habladores´ Se limitaba a sentarse allí con su pistola”[1]. Sería, como Thelma Wood, de ese tipo de tipas que siempre hablan en tercera persona, cortando de algún modo la posible respuesta del interlocutor.
A Billy, como muchos le llamaban, le gustaba retratarse con una metralleta, por si cabía alguna duda. Siempre desapegado, muy cool, con un gesto vacío y con una caballerosidad no exenta de morbo. “Mira mis pantalones mugrientos, no los he cambiado en meses . . . Los días se ensartan en un largo hilo de sangre de una jeringuilla… estoy olvidando el sexo y todos los placeres del cuerpo – un fantasma gris pegado a la basura. Los niños españoles me llaman El Hombre Invisible – the Invisible Man”. Se convertirá en el “gutter dandy” más famoso de América de la guerra fría.
Este dandy del arroyo, este yonki queer, encarnará la contradicción de ambos, del queer y del yonki: ambos sobreviven abrumados por una necesidad física que los desdibuja y los convierte en seres casi invisibles pero que, paradójicamente, tienen una descarada visibilidad amenazante. Según Elisa Glick, Burroughs refuerza al tiempo que moviliza las ansiedades de la guerra fría sobre la feminización, y su dandysmo de arrabal remarca dos de las contradicciones de la posguerra. Por un lado habita la contradicción entre la reificación y la deshumanización de la vida cotidiana y la promesa de liberación, esa supuesta libertad dentro de un sistema opresivo. Por otra parte, la oposición entre esa supervisivilidad y la invisibilidad es una extensión de la ruptura entre la apariencia y la esencia en una tradición muy Wildeana. Burroughs encarna al dandy del arroyo a través de su desprendimiento de cualquier atisbo de feminización, y no tanto, como apunta Glick, por miedo a que su radicalidad para con los modelos de esa “herida masculinidad” no surtieran el efecto buscado, sino, creemos, porque es adhiere a otra tradición más perversa, el de una “paródica masculinidad” de un hipster, tal y como las mujeres emplearan a conciencia una paródica feminidad que da la vuelta al discurso.
Los cambios que la teoría feminista, la queer theory, y otros estudios sobre la mujer han elaborado en la idea de la identidad, bajo la rúbrica de la deconstrucción y la postmodernidad, reconocen y entienden el dandysmo como estrategia para la invención de cierta identidad múltiple y móvil. Marjorie Garber en Vested Interest, cross-dressing and cultural Anxiety, concluye que ha habido cierta confusión cultural
entre los términos, afeminado, homosexual y dandy. David Bowie, por ejemplo, personificará el glam, con altas dosis de camp, asumiendo personalidades cambiantes; Ziggy Stardust, Aladdin Sane, Mr. Newton, el duque blanco, el Führer rubio. Su mutante figura se transformará en una venerada en los primeros setenta. Una imagen sensualmente ambigua, una exquisita criatura que llenaba salas en locales de provincia o en edificios victorianos rehabilitados por toda Gran Bretaña. (...) constituirá una cultura juvenil de personas que cuestionarán (desde un punto de vista de clase y de cultura) el valor y el significado de la adolescencia y el paso al mundo adulto del trabajo. Por otra parte el estaba al margen de toda política y cuestión social, y se limitaba a generar su personaje lo más alejado posible de la realidad y de todo lenguaje prosaico. Envuelto en un glamuroso artificio que desdibujaba sus contornos en su perpetua mutación. Una dramatización de una estrategia ya conocida. Una escapada, o negación rotunda, de un encasillamiento, sea este en un solo sexo, una sola clase, una sola personalidad, un solo país de origen. Creando un pasado fantástico ya no nobiliario, como sus pares, sino imposible y estelar. Como concluye Dick Hebdige Bowie dará preferencia al dandysmo y al travestismo – a lo que Angela Carter ha descrito como “el ambivalente triunfo del oprimido” - más que una auténtica superación del rol sexual. Con una confusión artificial entre la masculinidad y la feminidad, recreando un andrógino más de la historia, Bowie revisa todas las nociones heredadas de la literatura decimonónica en busca de los mismos objetivos.
Craig Copetas acompañará al gutter dandy, Billy, a visitar a Bowie, el stardust dandy, Ziggy, en febrero de 1974. Escribirá para la Rolling Stone, Beat Godfather Meets Glitter Minman, el padrino beat se encuentra con el brillante hombre de la galaxia. Un taxista irlandes les conducirá, a Copetas y Burroughs, al piso londinenses del mutante Bowie, “extraños bloques en esta parte de Londres, amigo!”. Burroughs sólo había oído dos temas de Bowie, `Five Years´ y `Starman´, Bowie sólo había tenido tiempo de leer Nova Express de “Mr. B”. Pese a todo parecía que tenían interés en conocerse. Bowie tenía entonces 27 años, Burroughs, 60.
La casa de David Bowie estaba, cuenta Copetas, decorada a lo “ciencia ficción”: una pintura gigantesca, de un artista con un estilo mezcla de Salvador Dalí y Norman Rockwell, nada menos, colgaba sobre un, igualmente inmenso, sofá de plástico brillante. Un poco chocante para el escritor acostumbrado a sus colores pardos y a su pequeño piso de Picadilly, decorado con fotos de Bryan Gysin, algo más cercano a la recreación del mítico Hotel Beat de París que a ninguna otra cosa. Aparecerá el cantante con una especie de pantalones de montar pero de la NASA con tres colores. Primero describirá, pormenorizadamente, las cualidades de la pintura presidencial, su toque surrealista y su sentido oculto. Burroughs asentirá, en silencio, con la cabeza, y tras semejante paciente y cortés gesto, la entrevista comenzó. Conversaron y comieron un pescado jamaicano, preparado por un isleño del amplio séquito de Bowie, con aguacates rellenos de gambas y un Beaujolais nouveau servido en una copas intergalácticas, una de las tantas “bowieties”.
Y hablaron, entre otras cosas, de Warhol, Andy Warhol. ¿lo conociste?, pregunto Mr. B. Sí, hace dos años. Subimos juntos en un ascensor a la Factory, extendí mi mano para saludar a este ser enjuto de gran peluca y gafas enanas, y no respondió, pensé que era del tipo de lo reptiles con fobia a la carne humana. No hubo manera de conversar hasta que vio mis zapatos, unos zapatos dorados y amarillos, ¿dónde los conseguiste?. Increíble, mis zapatos dorados rompieron el hielo. Aunque me fui de allí sabiendo tan poco de Warhol “la persona” como cuando entré. No creo que haya persona alguna allá abajo, terminará el tema Burroughs, su color, con neón o sin neón, es no humano, es un color incorrecto. Definitivamente no es de esta tierra.
Andy Warhol sería un dandy quintaesencial, quizá con un color equivocado, al combinar en su persona una cuidada puesta en escena que ensambla aires punks, con exageraciones camp, cierto glamur underground y una pose y un modo de hablar ciertamente medidos y controlados. Una vida transformada en un perpetuo performance. El dandy del arrabal habla con el mutante dandy de brillantina sobre el pop dandy, o reptil dandy, de Warhol. Los primeros se espantan de la falta de sangre del tercero, de su visible invisibilidad, de su andrógino efecto, en fin, de su carácter no-humano. Distintos patrones para una misma idea de ir siempre meticulosa y metódicamente a rebours.
[1] Boney M le dedicó una canción a a verdadera historia de “Ma Barker”, una mítica madre con metralleta de la “era del enemigo público”, no tiene desperdicio el video http://www.youtube.com/watch?v=yLzqMJQzzcA
Aun no se sabe si fue un mito una leyenda o una madre-líder de la banda de sus cuatro hijos.
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