Pero Cravan no sería el único boxeador dandyficado a quien la fatalidad le evitará aparecer en sellos o en monumentos o en esas cosas públicas que preservan la memoria de aquellos que, por alguna causa a veces no muy clara, parecen merecer permanecer en el imaginario colectivo. El otro, Alfonso Teofilo Brown, más conocido por Panama Al Brown será rescatado por otro fan del dandysmo, Eduardo Arroyo[1], y de algún modo también lo salvará, en cierta medida, su amante mucho más reconocido Jean Cocteau.
Jean Cocteau conoció a Panama Al Brown en 1935, el esplendor de ambos ya había, por entonces, pasado. A Jean el estricto Bretón le llamará “reina frívola” por ese afán suyo en practicar todas las artes sin profundizar ni quedarse en ninguna. El boxeador, por entonces ex boxeador y ex campeón mundial de los pesos pasados, se andaba dedicando a ese mismo picoteo artístico. Bailaba, cantaba, armaba saraos, era animador y nómada. Se conocieron, se enamoraron y se hicieron amantes, para escándalo de la sociedad francesa que ya avanzados los años treinta parecía hastiada de las excentricidades de los felices años veinte.
El escándalo inflamará la fama de intelectual excéntrico que ya tuviera Cocteau pero fulminará la carrera de Panama. Eduardo Arroyo cuenta en su libro que la pregunta general del público, también general sería: “¿Hay derecho a ser campeón del mundo a los treinta y cinco años, estar champanizado, tener indicios de sífilis, ser opiómano, jugador, músico y encima negro?”. Será en el espinoso ámbito de los “derechos”, curiosamente, el que la conservadora sociedad de finales de los treinta se posicionará para atacar a un deportista. Quizá ahí radique la gran diferencia entre un poeta y un boxeador. Al cabo el poeta escribe, usa las palabras, experimenta y no ha de medirse, así cuerpo a cuerpo, con nadie. El poeta puede ser lo que le venga en gana, peligroso, lo que se dice peligroso, nunca será, como mucho sus excentricidades hablaran de la permisividad de una tierra o de su díscola creatividad. Pero si uno es boxeador y además negro, la cosa es bien diversa. Uno debe ganar pues sino gana esas mismas permisividades no serán tales, serán más bien “no derechos”. Si uno no gana lo antes glamuroso se tornará devastador, pernicioso e inadmisible.
Panamá llevaba ya mucho tiempo en París, había llegado en 1926. Se enrolará en el grupo de Josephine Baker y su Revue Negre y disfrutará del esplendor intelectual de la ciudad de la luz y de la pasión de toda la vanguardia por todo lo afro. La revista Les Arts à Paris, dirigida por Paul Guillaume, convertido tras la muerte de Apollinaire en el mayor defensor de l´art nègre de París, publicará durante toda la década de los años veinte artículos en torno a la cultura negra contemporánea, sobretodo en torno al Renacimiento de Harlem. Alain Locke, Claude McKay y Langston Hughes comenzaran a publicar en la revista y a frecuentar los cafés de París.
Para muchos intelectuales la cultura afro podía liderar una crítica a la cultura occidental en su conjunto. Para el mismo Paul Guillaume la cultura occidental se andaba hundiendo y había que salvarla, y el arte negro podría contribuir a sobrellevar esta suerte de anemia congénita: “El espíritu del hombre moderno –y de la mujer moderna- necesitan ser alimentados por la civilización de los negros”[2]. Precisamente en ese mismo 1926 en el que Panama llagaba a París escribirá Guillaume: “El movimiento moderno toma su inspiración del arte africano, y no podría ser de otro modo … desde el impresionismo, todas las principales manifestaciones artísticas son africanas en esencia …”[3]. Para Guillaume la única vía de salvación para la cultura blanca así como para lo que le llamaba la cultura negra sería responsabilidad de la vanguardia, tal y como diría Guillaume, de, “nosotros, modernos caballeros errantes”[4].
Estos selectos “caballeros errantes” durante el 1919, no los serían ya tanto en 1926, por ejemplo Picasso y el mismo Guillaume, otros lo serían toda la vida. Curiosamente uno de los personajes que liderarán lo que habría de llamarse la rappel à l´ordre, cierta llamada al orden, será el contradictorio Jean Cocteau y su círculo[5]. Sin duda el periodo de posguerra será uno de ambivalencia tanto estilística, como ideológica, como espiritual. L´art negre se moverá entre la grandilocuencia colonialista de los sectores más conservadores y la herramienta perfecta para la más radical vanguardia en su objetivo básico de epatar al burgués, shockear y knockear cualquier sensibilidad de clase media. Los círculos sociales parisinos también recogerían esta ambivalencia. La moda de Jaques Doucet, Paul Poiret y Jeanne Lavin se volcaría en la alta costura y los circuitos más pudientes, esos de vida opulenta, imperialismo orgulloso, golf, carreras, caza, villas para el otoño, fiestas y saraos de comportamiento comedido. Sólo se rozarían con la vanguardia en el mecenazgo de ciertas muestras y en la producción de ciertas piezas teatrales. También en sus esporádicas visitas a los clubs nocturnos de Montparnassse y Montmartre, “esos barrios marginales y exóticos” en los que los jóvenes pudientes pueden experimentar la excitación, temporal, de lo peligroso con horario.
Cocteau será miembro de la Academia francesa en 1955, y de la Academia Real de Bélgica. Fue también miembro de la Legión de Honor, miembro de la Academia Mallarmé, de la Academia Alemana de Berlín, de la Academia Americana, de la Academia Estadounidense Mark Twain, Presidente Honorario del Festival de Cine de Cannes, Presidente Honorario de la Asociación Fracesa-Húngara y Presidente de la Asociación de la Academia de Jazz y la Academia del Disco. En su honrada ambivalencia Cocteau se salvará de la hoguera, será un ser paradójico y mutante, un perfecto dandy aceptado por el mainstream. Morirá de un ataque al corazón a los 74 años de edad en su chateau de Milly-la-Forêt.
Pero Panama quien, aun queriéndolo, no se podía permitir el lujo de ser ambivalente, sucumbirá al olvido y la pobreza para acabar la génesis del mito de si. La fatalidad habría de acompañarlo para acabar en un gimnasio de Harlem cobrando un dólar por cada combate que aguantara como sparring. Morirá poco después, tuberculoso y sin un solo penique a su nombre. Cuarenta y un años más tarde su nombre se incluiría en el hall de la fama del boxeo. Y Arroyo, ya vimos, escribirá su biografía, “Panama All Brown, 1902-1951”, la vida de una artista de la vida moderna quien, de vez en vez, daba algún derechazo.
[1] ARROYO, Eduardo: Panama Al Brown, 1902-1951/Panama to Brown. Alianza tres, 2007. (en amazon por 323.51 dolares.)
[2] GUILLAUME, Paul: “Une ésthétique nouvelle: l´art nègre” Les Arts à Paris, no. 4, 1919, p. 14
[3] GUILLAUME, Paul: “The Disovery and appreciation of primitive negro sculpture”, Les Arts à Paris, no. 12, May 1926
[4] GUILLAUME, Paul:“Les Arts à paris”, no. 4, 1919
[5] COCTEAU, Jean: “Rappel à l´ordre”. Paris, 1926.
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